miércoles, 3 de febrero de 2016

        Al atardecer, cuando ya el día empieza a declinar y vas abandonando para el día siguiente lo que hoy no hiciste o dejaste a medio terminar, cuando te sientas un rato esperando decidir si avanzas un poco más en alguna de esas cosas que siempre están ahí o empiezas con otra de esas que, estando también siempre ahí, hasta ahora no habías tenido ganas o tiempo de empezar, es en ese momento cuando más presente se hace si sonries o no, si te sientes contento con lo hecho o intranquilo por lo pendiente de hacer, es cuando , en la tranquila soledad, eres del todo consciente de tu estado de felicidad o de su ausencia.

          Al atardecer, cuando ya no hay ruido dentro de mi cabeza ni zumbido de moscas que me recuerden la anormalidad de mi ser, cuando la cabeza se toma un respiro y se limita a sentir, cuando se deja llevar por el recuerdo de lo vivido y el ansía por lo que queda por vivir, es entonces cuando más presente se hace lo mucho que queda por sentir, por amar, por acariciar, por dar y recibir.

          Al atardecer es cuando más cerca estoy de volver a ver mi jardín.