En la puerta, parado, sin saber si entrar o salir. Así estaba, sin decidirse, sin ni siquiera pensar en hacerlo. Observaba a los que entraban y su caras de expectación ante lo que se podían encontrar le incitaban a seguirles pero al observar a los que salían y ver sus caras de alivio se le quitaban las ganas.
El que salía no volvía a aparecer por allí y el que entraba no siempre salía.
¡Qué dilema!.
Si entraba y no le gustaba saldría decepcionado y no sabía si volvería a encontrar algo que la ilusión le devolviera pero si entraba, le gustaba y se quedaba ya no volvería a ver lo que había fuera, las caras de alivio de los que salían, las dudas de los que en la puerta se paraban dudando si dar el paso o no.
Y mientras tanto todos le preguntaban a él. Al verlo en la puerta daban por hecho que sabía todo sobre el interior, el exterior y los pasos intermedios.
¡A él que era el que menos sabía!.
Pero eso no le importaba y daba consejos e información puntual a todo al que se lo requiriera.
Un día se armó de valor y decidió ser él el que preguntase a uno que salía.
¿Qué hay ahí dentro?.
El individuo le miró perplejo sin entender y le respondió :
¿Me quieres tomar el pelo?. Ahí dentro estás tu.
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