lunes, 24 de septiembre de 2018

Una mañana de verano que no hacía excesivo calor decidí que ya era hora de salir de mi encierro.

Aún estando decidido a hacerlo me costó mucho dar el paso.

Iba a la puerta y ponía la mano en el pomo y como si me quemara me echaba atrás y volvía a pensarmelo. Quince años sin pisar la calle me habían acostumbrado a mis cuatro paredes, a mi refugio , a mi soledad tranquilizadora, a mi conmigo mismo pero, por fin,  lo hice.

Abrí la puerta, baje en el ascensor y al salir a la calle sentí una brisa que me dió vida y una imagen y unos sonidos que  me la quitaron al mismo tiempo.

Me dió vida el ver que había sido capaz de hacerlo, de volver al mundo pero me la quitó el ver que los motivos que me llevaron a apartarme de todo seguían estando ahí, sin variación alguna.

Todos y cada uno de esos motivos no solo seguían estando es que se habían multiplicado, se habían hechos más aborrecibles, más desagradables, más de todo y es que allí estaban.

Gente, mucha gente.

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