En mitad de la noche, cuando los sonidos se amplifican por no tener donde esconderse, cuando un susurro rebota en la soledad y va rompiendo el silencio sin cuidado ni miramientos, es cuando ella aprovecha para emprender el vuelo.
Le gusta volar bajo, suave, sin aletear, planeando y persiguiendo esos sonidos que durante el día desaparecen casi antes de producirse pero que ahora , por fin, cobran vida propia.
Los sigue a distancia, los observa y cuando llega el momento en el que perdiendo fuerza van a desaparecer, rapídamente escoge otro y vuelve a empezar la persecución.
Todas las noches la espero. Me gusta verla volar. Ella me ve, me saluda y sigue su vuelo.
No se que haría si algún día no pudiera contemplarla.
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