Amanecí cansado, dolorido, un poco embotado y, sin embargo, con todos mis sentidos agradecidos y dispuestos a continuar aprendiendo para, a continuación, contarme lo aprendido y que así pudiera ser su portavoz.
Los escucho con atención, casi con devoción y admiración, sorprendido de lo mucho que tengo que aprender de ellos. Mis dedos vuelan a una velocidad tal, que me cuesta seguirlos. Mi corazón palpita con ansía de tantas cosas que tiene que contarme. Mi boca sonríe y arrastra consigo al resto de la cara. Mi vista recorre todo sin fijarse en nada concreto, buscando la esencia de todo cuanto acoje mi existencia. Mi olfato, desentrenado de tantos años sin utlizarlo, intenta ponerse a la altura del resto. Mi cabeza intenta ordenarlo todo pero sin mucho afán. No es importante el orden.
Y mientras todo eso ocurre, mientras mi desenfreno bulle por todos los poros, por todos los recovecos de mi cuerpo, ella me susurra y regala mis oidos.
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