Mirada al frente, impasible, inmutable, solo un objetivo, mirar sin descanso un punto fijo en el horizonte.
A su alrededor todo movimiento, frenesí, imparable ir y venir como si la vida les fuera en ello.
Y les iba, ya lo creo que les iba.
Unos corrian de un lado a otro llevando o trayendo algo, otros subían y bajaban como posesos, otros preparaban con ansía lo que sabían que , tarde o temprano, tendría que llegar, otros limpiaban y frotaban hasta despellejarse las manos.
Y, mientras tanto, él seguía en su sitio, ni un gesto, ni un movimiento.
Una voz gritó : "Hombre al agua" y todas las cabezas se giraron al unísono hacía él, esperando una reacción, una orden de salvamento, algo...pero él continuó igual que estaba, tal y como llevaba varios días, no dijo nada y todos comprendieron que debían continuar con su frenético movimiento o , a continuación, irían a acompañar al pobre desgraciado que apenas un minuto antes había tenido la desfachatez de interrumpir el trabajo cayendose por la borda.
Los que corrían por la cubierta siguieron con sus carreras llevando balas y polvora a las cubiertas o yendo a por serrín a la bodega y los que subían y bajaban por las jarcias comprobando , reparando o plegando y soltando velas lo siguieron haciendo olvidándose inmediatamente del compañero que ya no lo era y los que frotaban y limpiaban volvian hacerlo aunque todo estuviera como recién salido del astillero.
Y así estaban cuando él, el capitán, arqueó las cejas, cogió el catalejo y lo enfocó hacia el punto fijo que llevaba mirando días. Emitió una leve sonrisa y pareció relajarse aunque solo durante unos instantes.
Miró a su tripulación y con el dedo señalando hacia el horizonte gritó : "Ya los tenemos".
Todos sabían lo que eso significaba. Ahora tenían que correr más, subir y bajar más , frotar más porque el capitán cuando veía la presa cerca, cuando olia la sangre perdía la poca humanidad que le quedaba, si es que todavía le quedaba alguna y si veía a alguién parado....la quilla del buque sería , con toda seguridad, lo ultimo que viera en esta vida.
Hora a hora, minuto a minuto iban dando caza a la codiciada presa. Presa que dentro llevaba incalculables tesoros camino de un rey europeo que los esperaba para poder pagar a sus mercenarios que iban degollando, decapitando, cercenando vidas por todo el continente pero eso a nuestro capitán le traía al pairo. No hacía todo eso por el bien de nadie ajeno, ni siquiera por su tripulación. Lo hacía por el mismo, porque necesitaba sentir el triunfo, la sangre del contrario derramada. Vivia por y para eso.
Al alcanzar la distancia de disparo, los cañones empezaron a escupir bolas que , en unas ocasiones , agujereaban velas o astillaban mastiles y , en otras, partían cuerpos en dos o simplemente los aplastaban dejando de ellos poco más que un asqueroso recuerdo.
El intercambio de cañonazos duró poco. El otro buque casi no tenía cañones así que no fue realmente un intercambio, fue un monologo en el que uno atizaba y el otro recibía y cuando estaban lo suficientemente cerca como para plantearse el abordaje cesaron los disparos gruesos y empezaron los de pistolas, arcabuces y artillería ligera.
Estos ya no rasgaban velas ni hacian daño a los mastiles. Estos solo cortaban, partían y astillaban huesos. Dejaban tripas al aire o cabezas destrozadas y alimentaban las ganas de cobrarse piezas de la tripulación.
Y llegó el momento. Se lanzaron gritando como animales, las caras desencajadas de furia sobre unos pobres despojos que ya solo querían que todo acabase lo más rápido posible y que ni fuerzas les quedaban para un mínimo intento de defensa y ahí empezó la verdadera orgía. Se ensañaron todo lo que pudieron. Algunos tuvieron suerte y murieron rápido, otros cayeron por la borda y al ahogarse daban gracias por haberse librado de algo peor y otros, los más desgraciados de todos, sirvieron de diversión a una turba de descerebrados que no habían perdido el norte porque simplemente no lo tenían.
A unos les arrancaron los ojos de las cuencas para ver cuanto duraban sin caerse por la borda. A otros le cortaban partes de su cuerpo solo por el placer de ver que eran capaces de hacer sin ellas. A otros los rociaban con los restos de sus compañeros y los iban ensartando con sus espadas solo por ver como chillaban de dolor y desesperación.
Al llegar la noche no quedaba nadie con vida de la tripulación del barco abordado. Todo lo que tenía algo de valor se habían trasbordado y todos los asaltantes ya habian vuelto al suyo y empezaban a prepararse para una nueva travesía de caza y captura.
Y allí quedo aquel buque, solo, sin nadie que lo gobernara. Al pairo , balanceandose, triste y solitario.
Duró unos meses hasta que una tormenta terminó de destrozar lo poco que le permitía seguir a flote y se hundió.
Había sido su primera singladura.
Y la última.
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Vivir en aquella época, más para aquellos hombres que se hacían a la mar, debió ser muy dura. Esas batallas sí que eran auténticas carnicerías de dolor y locura.
ResponderEliminarUn saludo
Triste y sangriento relato...triste y única singladura, pero y la ilusión con la que zarparía del puerto por ser su primera navegación ???
ResponderEliminarPor otro lado, porque son marinos y no soldados pero casi casi deberían estar en tu otro blog.