El frío casi no le permitía mover los dedos.
Llevaba varias horas inmóvil , esperando la llegada de su víctima de hoy. Lo peor de todo era no saber si por fin aparecería o no.
Ese era su trabajo y no tenía derecho a quejarse, otros lo estaban pasando peor que él, a fin de cuentas se había presentado voluntario.
Por fin , después de varias horas de espera, apareció.
Lo fijó en su objetivo.
Apretó el gatillo y una silueta cayó fulminada al suelo, inerte.
Recogió sus utensilios de trabajo y se fue, tal y como había venido, sin remordimientos, sin pensar más en aquel individuo que ya no lo era.
Redactó su informe, era el número veintisiete pero le habría dado igual que fueran cuarenta o doscientos, solo era su rutina y nada más.
Treinta años después en su lecho de muerte se preguntaba por qué no volvió el arma contra si mismo la primera vez que tuvo que hacerlo.
La respuesta la sabía.
No tenía ninguna duda.
Si volviera a encontrarse en la misma situación haría exactamente lo mismo con una sola diferencia y es que ahora sabría por qué lo hacía.
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