miércoles, 28 de octubre de 2009

Era una silla desvencijada.
Cojeaba y al sentarse en ella daba la impresión que de un momento a otro se iba a desplomar.
Nadie la quería, todos los clientes del bar elegían a otras y , si algún despistado, la probaba , inmediatamente la cambiaba por otra.
Las demás sillas se reían de ella.
¡Eres una inútil! - le decían.
¡Nadie te quiere! - insistían.
Pero ella no contestaba.
Ella permanecía tranquila.
Es verdad que nadie la elegía pero eso le libraba de tener que soportar el peso de nadie, de los olores, de los sudores.
Se sentía afortunada.
Un día la retiraron, la hicieron astillas y acabó en un vertedero.

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