Metió el huevo en el cazo lleno de agua. Lo puso al fuego y esperó.
Cuando el agua empezaba a hervir, miró el reloj.
Doce minutos era el tiempo que tenía que esperar para que estuviera listo para ser comido.
No le gustaban los huevos duros pero era una forma fácil de prepararlo y no manchaba casi nada.
Mientras esperaba estuvo pensando en las diferentes formas de preparar los huevos. Fritos, en tortilla, revueltos con cualquier acompañamiento que los hiciera diferentes cada vez, con patatas.
Incluso esforzándose un poco servían para hacer postres, para acompañar a magníficos platos en los que el huevo era solo la guinda que le daba el último toque.
Huevo batido para dorar e incluso podía utilizar solo parte de él.
La clara montada, uhmmmm, merengue.
Y miraba a su huevo duro a medio hacer y le estaban entrando unas ganas tremendas de aplastarlo contra la pared.
Ya no haría más huevos duros.
¿Por qué conformarse con un huevo duro cuando puedes disfrutar de todas las formas y maneras que te ofrece sin por ello dejar de comer huevo?
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarmejor dos huevos que uno
ResponderEliminara mi personalmente con acompañamiento, es como mejor pueden estar...
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