Miedo. Más que miedo, terror era lo que sentía. Estaba paralizado, los musculos tensos y duros parecían ir a romperse de un momento a otro. La sensación de fragilidad que esto le producía era nueva y desconcertante. Casi ni se atrevía a respirar para evitar cualquier sonido que le pudiera delatar. Incluso sus propios pensamientos le parecían ruidosos.
Así estuvo durante un tiempo indefinido. A él le parecieron horas o quizás segundos. Según el instante, todo pasaba muy deprisa o muy despacio. El tiempo no había existido, era solo una percepción subjetiva que iba saltando de forma descontrolada sin ningún orden ni preaviso. Sus sentidos trabajando a una velocidad de vértigo le quitaban sitio en su cerebro a todo lo que no fuera estar pendiente del peligro que le acechaba. No existía ni el frío ni el calor, no había incomodidad en las piedras que se le clavaban por el cuerpo, el agua que le recorría por todo el cuerpo no era capaz de mojarle porque no se sentía mojado, la herida de la pierna había dejado de existir porque no le dolía.
Todo había quedado tapado, guardado, eclipsado, sin importancia, dejando paso al único pensamiento que era capaz de tener, permanecer inmóvil.
Y así permaneció, así hasta que, por fin, la sensación de peligro desapareció y volvió a dejar salir a flote al resto de pensamientos, sensaciones y realidades y , de puro agotamiento , se durmió.
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