lunes, 10 de agosto de 2015

El árbol se doblaba, cada día , un poquito más.

Parecía no poder soportar el paso de los años, las continuas sequías que azotaban el terruño en el que nació, el peso de las ramas muertas que nadie podaba y lastraban su, ya pobre, crecimiento.

Sus escasas hojas verdes competían entre ellas por despuntar pero casi ninguna era capaz de llegar a convertirse en una auténtica muestra de fortaleza y vigor. Mas bien parecían patéticos intentos por disimular una decadencia imparable que, ya, a casi nadie engañaba.

Casi besaba ya el suelo cuando alguien decidió que era hora de cortarlo, arrancar sus raíces y así dejar sitio a otro más joven, más fuerte, más verde, más árbol y mientras la sierra hacía su trabajo no dijo nada, no se quejó, solo esperaba que en el momento de caer alguna de sus, ya viejas, ramas pudieran llegar a rozar el suelo.

Ese suelo en el que yacía su amada, en el que ella también había crecido, despuntado y llenado de hojas verdes, flores blancas y ramas ligeras. Ese suelo en el que había caído y con el que se había fundido para permanecer a su lado.

3 comentarios:

  1. Un árbol que se doblaba cada día, muy linda tu entrada, amigo Lurio.

    No encuentro el otro blog que yo seguía, no lo veo en tu perfil.

    Un beso.

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    1. Pues los que hay son los que estaban. No he borrado ninguno.

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