Tranquilo, relajado, con todo por hacer pero sabiendo que poco a poco se irían completando las páginas del libro que acababa de empezar.
Un libro diferente a los otros.
No estaba escrito.
Lo iba escribiendo conforme lo iba viviendo y no lo escribía solo.
Era un libro compartido.
Por primera vez en su vida escribía con alguien y lo hacía con tal satisfacción que le costaba entender como no lo había hecho antes.
La experiencia de escribir de la mano de ella era algo nuevo, diferente, estimulante, gratificante.
El escribía, ella escribía, los dos juntos corregían y volvían a escribir y eran conscientes de estar escribiendo un libro sin final y eso era los más fascinante.
De cada página del libro se podían sacar temas para escribir varios libros más.
Cada pensamiento, cada reflexión, cada sensación o sentimiento daba para añadir más y más capítulos que a su vez no conseguían terminar porque antes siquiera de empezar ya habían surgido temas nuevos en los que profundizar.
A su alrededor nadie lo entendía.
No comprendían la satisfacción que ellos sentían al estar empeñados en cuerpo y alma a realizar una tarea que nunca acabarían y que cuanto más avanzaban en ella más sinuosa y complicada se hacía, pero para ellos no había nada mejor, nada comparable y ,si existía la plena felicidad, tenía que ser algo parecido a esto.
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