Caminaba por un bosque casi impenetrable, árboles tremendamente grandes con copas que impedían todo paso de luz y convertían el día en noche oscura. El viento temía adentrarse por si le era imposible encontrar el camino de salida y tenía que vagar eternamente dentro de él. Ni pájaros, ni roedores asomaban la naríz en aquellos parajes oscuros, espesos, antipáticos. La humedad reinante impedía el reposo y pararse a descansar era más agotador que continuar la marcha. Las raices, las enredaderas, los matojos te hacían tropezar a cada paso que dabas. Nadie quería entrar, nadie podía salir y la soledad era la seña de identidad de ese prodigio de la naturaleza pero yo estaba a gusto. Era mi hogar, mi referencia, el sitio en él que me encontraba a mi mismo todos los días.
Un día escuché un murmullo, murmullo que se fue haciendo voz, voz que se convirtió en risa, risa que se transformó en compañera. No era el único que disfrutaba de aquello que el resto despreciaba y temía a la vez. Me sorprendí hablando con alguién que tenía mis mismas motivaciones, parecidas preocupaciones, gustos afines y que , como yo, llevaba años viviendo en el bosque. Nunca nos habíamos cruzado hasta ese momento pero nuestros caminos, en muchos sentidos, habían sido paralelos.
Apreciaba la soledad, la sordidez, la intrincada, complicada y a la vez fascinante complejidad de aquellos seres vivos que no por no ser capaces de hablar o moverse perdían ni un ápice de vitalidad.
No salía de mi asombro, yo que estaba completamente convencido de mi rareza única e inimitable, me encontré compartiendo toda mi vida con alguien que parecía conocerla mejor que yo por haberla vivido de la misma forma y descubrí que ese bosque al que tanto amaba era diferente a lo que yo hasta ahora pensaba. Era mucho más bello, más placentero y más agradable de lo que jámas podría haber soñado y lo era porque ya no solo era mi hogar, era tambien el hogar de ella y ella irradiaba luz donde no había, emanaba calorcillo al que la humedad no se atrevía a amenazar, ofrecía lugar para los pajarillos y las ardillas que estos aceptaban y daban nueva vida.
Mi bosque se convirtió en nuestro bosque, en el lugar que a la pasión, al frenesí, a la aventura y al placer de la soledad buscada, se añadian ahora la amabilidad, la sonrisa tranquila, la seguridad de la compañía y algo que hasta ese momento no era consciente de desconocer , el amor.
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