viernes, 4 de junio de 2010

Iba por un sendero aburrido, polvoriento y con una sed tremenda. No disponía de agua y tampoco parecía que la fuera a encontrar en bastante tiempo. Estaba todo tan seco que el agua parecía haberse olvidado de ese sitio hacía muchos años.
La boca seca, los labios agrietados y mi mente empezando a perder la noción del tiempo. Así caminé durante horas o quizás fueron días o podrían haber sido semanas, meses o incluso años y todo ese tiempo sin beber, ni saliva era capaz de producir para volvermela a tragar y así engañar al cuerpo.
Arrastraba los pies y al hacerlo levantaba mucho polvo, polvo que entraba por mi boca y agudizaba todavía más mi infortunio.
Por fin caí muerto en mitad del sendero y nadie me recogió, nadie me enterró. Solo allí me quedé pudriendome al sol y entonces empezó a llover.

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