Encaramada a su ventana, mira, gruñe y ríe,
todo con calma, sin premura.
Algún sopapo reparte de vez en cuando para no entumecerse
pero como luego te sonríe
no te queda más remedio que comertelo todo a una
y esperar a que la próxima tu dolor le permita enternecerse.
Suave si, pero sin empalagar
y, quizás algún día, esa suavidad medio escondida
encuentre donde posarse y dormitar
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