martes, 3 de enero de 2012

Cloacas interminables desembocando en otras aún más nauseabundas cuyo olor, por poco que te acerques , espanta, revuelve y quita las ganas de volver siquiera a de lejos mirarlas.

Llenas de inmundicia, de los restos putrefactos de años de deposiciones mal digeridas y peor expulsadas pero rociadas de mucho perfume, colonias y papeles de colores para disimular lo que de verdad esconden.

Y funciona porque se regodean en ellas, se revuelcan y disfrutan como cochinos en la pocilga esperando al siguiente primo que se acerque para rociarlo, llenarlo de arriba a abajo hasta tal punto que por vergüenza no se atreva a salir y con ellos se quede.

El más guarro es el rey de la alcantarilla y se pavonea como si recien lavadito estuviera mientras el resto lo aplaude ya que cuanto más lo hagan menos se notan a si mismos el hedor que desprenden y van desparramando allá donde aparezcan.

Y ¿Qué hago yo?. 

Nada.

Miro y participo.

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